Una niña de seis años sorprendió a su padre al crear un museo para hormigas con objetos como tierra, un corcho, una colilla de cigarro y una hoja seca. Mientras asaban carne y bebían cerveza, ella explicó que estos insectos, siempre pisoteados, merecen un espacio bonito para disfrutar. Su ingenio contrasta con la apatía cultural que el autor critica en Monterrey.
El texto señala que la cultura y la ciencia son lujos en esta ciudad, no una prioridad para sus habitantes. A pesar de esfuerzos pasados por promoverlas, los mecenas desistieron al ver poco interés. Los museos locales, dice, no logran impactar a la población, a diferencia de las momias de Guanajuato, que sí atraen multitudes por su morbo.
Las visitas guiadas a museos para niños existen, pero la información no cala en una sociedad con otras prioridades. Monterrey, descrita como un rancho con aspiraciones cosmopolitas, no ha sabido integrar la cultura en su vida diaria. El efecto de estos espacios en la gente es nulo, según el autor.
Ante esta realidad, propone una solución irónica: crear recorridos con basura para las hormigas, quienes sí apreciarían el gesto. Con un tono mordaz, el texto invita a reflexionar sobre cómo valoramos —o ignoramos— la cultura, mientras una niña nos da lecciones con su creatividad.

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De museos: Una reflexión sobre la cultura y las hormigas
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