Donald Trump ha convertido sus visitas a Mar-a-Lago, su lujosa residencia en Florida, en un verdadero dolor de cabeza para los habitantes de Palm Beach. Cada fin de semana que el presidente de Estados Unidos decide pasar allí, la tranquilidad de esta exclusiva zona se ve interrumpida por un operativo que genera caos en las calles y molestias generalizadas.
Los cierres de vialidades son una constante cuando Trump llega a su propiedad. Las principales avenidas se bloquean, lo que provoca congestionamientos que convierten un trayecto de 15 minutos en una odisea de más de una hora. Los residentes, acostumbrados a la calma de esta isla, enfrentan sirenas, desvíos y restricciones que alteran su rutina sin previo aviso.
El impacto no se limita al tráfico. La Administración Federal de Aviación impone restricciones de vuelo en un radio de 55 kilómetros alrededor de Mar-a-Lago, afectando a aeropuertos cercanos como el de Lantana. Esto ha causado pérdidas millonarias a negocios de aviación y ha obligado a redirigir vuelos comerciales, incrementando el malestar entre pilotos y empresarios locales.
A pesar de las quejas, las autoridades no logran mitigar las consecuencias. El costo de seguridad, que incluye la movilización del Servicio Secreto y fuerzas locales, recae en gran parte en los contribuyentes, mientras Trump disfruta de su “Casa Blanca de invierno”. La frecuencia de estas visitas, que han aumentado en su segundo mandato, solo agrava la situación.
Para algunos, la presencia presidencial tiene un lado positivo: Palm Beach se convierte temporalmente en uno de los lugares más seguros del país. Sin embargo, este beneficio no compensa las molestias para la mayoría, que ven en cada viaje de Trump una imposición que trastoca su vida cotidiana sin solución a la vista.

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El caos que ocasiona Trump cada que visita su residencia de Mar-a-Lago los fines de semana
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