En un mundo donde la comida es más que sustento, la elección de lo que llevamos a la mesa puede ser una trampa mortal. La columna “Del plato a la boca” de Benjamín Ramírez en Milenio nos sumerge en una reflexión inquietante sobre las plantas deletereas, esos ingredientes venenosos que, por descuido o ignorancia, podrían estar infiltrándose en nuestra dieta diaria.
No es solo una cuestión de sabor, sino de supervivencia. Las plantas deletereas, como ciertas hierbas o tubérculos mal identificados, han sido responsables de intoxicaciones graves a lo largo de la historia. Desde la cicuta que acabó con Sócrates hasta casos modernos de envenenamiento por consumo accidental, estas especies representan un riesgo que no podemos ignorar.
El problema radica en la falta de conocimiento. En mercados locales, donde la tradición y la costumbre reinan, es común que se vendan plantas silvestres sin la debida identificación. Un error en la recolección o una confusión entre una planta comestible y una tóxica puede tener consecuencias fatales, especialmente en comunidades rurales donde la regulación es escasa.
La modernidad no nos salva. Aunque creamos que los supermercados y las cadenas de alimentos nos protegen, los casos de contaminación o etiquetado incorrecto no son raros. La globalización ha traído consigo una mayor variedad de ingredientes exóticos, pero también un aumento en los riesgos de consumir productos mal procesados o desconocidos.
La educación es clave. Aprender a identificar las plantas que consumimos, desde las hierbas que adornan nuestros platillos hasta los suplementos naturales de moda, es una tarea urgente. Los expertos advierten que incluso las tendencias de “comer saludable” pueden ser un campo minado si no se toman precauciones.
En México, la riqueza gastronómica está íntimamente ligada a la naturaleza. Desde el maíz hasta el nopal, nuestra cocina depende de lo que la tierra nos ofrece. Pero esta conexión también nos expone a peligros si no actuamos con responsabilidad. La herbolaria tradicional, aunque valiosa, debe ir acompañada de un conocimiento riguroso.
Las autoridades tienen un papel crucial. La regulación de mercados, la capacitación de productores y la información clara al consumidor son medidas que podrían reducir los riesgos. Sin embargo, la burocracia y la falta de recursos suelen dejar desprotegidos a los más vulnerables, aquellos que confían ciegamente en lo que compran.
La comida es vida, pero también puede ser un riesgo. La próxima vez que prepares un platillo, detente un momento a pensar: ¿sabes realmente qué estás poniendo en tu plato? La respuesta podría ser más importante de lo que imaginas.

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La planta que envenena el paladar: el peligro oculto en nuestra comida
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