La reciente elección judicial en México ha desatado una tormenta de críticas, y no es para menos. Lo que prometía ser un ejercicio democrático se ha convertido, según muchos, en una farsa orquestada por el gobierno de Morena. Las acusaciones no son ligeras: se habla de candidatos vinculados al crimen organizado, irregularidades en el proceso y un sistema diseñado para favorecer a los intereses de la 4T. La sombra de la manipulación electoral planea sobre este evento, dejando a muchos ciudadanos con más dudas que certezas.
El senador Alejandro Moreno, líder del PRI, no se guardó nada al calificar esta elección como un “montaje grotesco”. Según él, lo que se vendió como un avance en la justicia es en realidad una traición al pueblo mexicano. Las urnas, lejos de reflejar la voluntad popular, habrían sido manipuladas para consolidar el control del gobierno sobre el Poder Judicial. Este señalamiento no es aislado; diversas voces han alertado sobre la falta de transparencia en el proceso.
Pero las críticas no se detienen ahí. Se ha denunciado que al menos una veintena de candidatos a jueces y magistrados tienen vínculos con el narcotráfico. Estas acusaciones, respaldadas incluso por informes del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, han puesto en jaque la credibilidad de la elección. La sospecha de que el crimen organizado infiltra las instituciones judiciales es un golpe duro para un país que ya lidia con altos índices de violencia e impunidad.
El gobierno de Claudia Sheinbaum, heredero directo de las políticas de López Obrador, enfrenta un nuevo escándalo. La narrativa oficial insiste en que esta reforma judicial democratizará el sistema, pero los hechos pintan otro panorama. La elección parece haber sido un espectáculo para legitimar decisiones ya tomadas, dejando a los mexicanos con un Poder Judicial que, en lugar de garantizar justicia, podría estar al servicio de intereses oscuros.
Mientras tanto, la inseguridad en el país no da tregua. Las acusaciones de complicidad entre el gobierno y el crimen organizado resuenan con fuerza, especialmente tras los señalamientos de Donald Trump, quien ha afirmado que el gobierno mexicano está controlado por los cárteles. Estas declaraciones, aunque polémicas, han encontrado eco en un sector de la población que ve con preocupación cómo la violencia se desborda sin que las autoridades parezcan tener un plan claro.
El contraste con el extranjero es inevitable. Mientras en Estados Unidos se habla de combatir a los cárteles mexicanos, en México las autoridades parecen más ocupadas en defender su imagen que en enfrentar el problema de fondo. La presidenta Sheinbaum ha respondido a las críticas pidiendo que primero se combata el narcotráfico en territorio estadounidense, pero esto no ha calmado las aguas. La percepción de un gobierno débil frente al crimen organizado crece día con día.
A esto se suma el fracaso de proyectos emblemáticos del gobierno morenista. Desde aerolíneas hasta el ambicioso proyecto automotriz Olinia, las promesas de prosperidad se han quedado en palabras. El Olinia, que según el gobierno sería presentado en el Mundial de 2026, es visto por muchos como otro ejemplo de demagogia: un proyecto sin infraestructura ni viabilidad, financiado con recursos públicos que podrían destinarse a necesidades más urgentes.
La invitación a líderes internacionales cuestionados, como Vladimir Putin o Nicolás Maduro, a eventos oficiales también ha generado controversia. Mientras se excluye a representantes de países como España por motivos históricos, el gobierno parece cómodo aliándose con figuras que despiertan rechazo en amplios sectores. Este doble rasero ha alimentado las críticas sobre las prioridades de la 4T y su compromiso con los valores democráticos.
La sensación general es que México vive tiempos de incertidumbre. Entre elecciones cuestionadas, inseguridad galopante y proyectos fallidos, la confianza en las instituciones se erosiona. Las promesas de cambio que llevaron a Morena al poder se desvanecen frente a un panorama donde la justicia parece estar al servicio de unos pocos, y los “diablos parecidos” en el poder no hacen más que alimentar el desencanto.

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¡FARSAS ELECTORALES Y DIABLOS QUE SE PARECEN EN EL PODER!
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