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¡Extorsionador que friega a extorsionador! El karma golpea duro en la política mexicana

La política mexicana vive un capítulo más de su drama interminable, donde la ironía parece ser la protagonista. En un giro que nadie esperaba, la narrativa de extorsión da un vuelco inesperado, y los reflectores apuntan a figuras que, según las acusaciones, manejan el poder con tácticas más propias de un thriller criminal que de un gobierno. La frase “extorsionador que friega a extorsionador tiene cien años de perdón” resuena como un eco mordaz en el panorama actual, donde los señalamientos cruzados entre políticos y potencias extranjeras no hacen más que encender la polémica.
El escenario político mexicano está dominado por un nombre que no pasa desapercibido: Claudia Sheinbaum. Su administración, heredera de la llamada “Cuarta Transformación”, enfrenta críticas feroces por lo que muchos consideran una tolerancia inaceptable hacia el crimen organizado. Mientras productores y comerciantes en el país lidian con el cobro de piso por parte de grupos delictivos, las acusaciones internacionales añaden más leña al fuego. Se dice que un “extorsionador de cuello blanco” está poniendo contra las cuerdas al gobierno mexicano, exigiendo condiciones que van desde acuerdos comerciales hasta la extradición de figuras clave del narcotráfico.
El foco de las críticas no solo recae en la presidenta, sino también en el legado de su antecesor, Andrés Manuel López Obrador. Su sombra, aunque menos visible, sigue pesando sobre Palacio Nacional. La prensa mexicana, que durante años giró en torno a las mañaneras de AMLO, ahora parece hipnotizada por un nuevo actor en la escena: Donald Trump. El expresidente estadounidense, con su estilo confrontacional, ha desplazado la narrativa local, poniendo en jaque las promesas de soberanía que tanto defendió el anterior gobierno. Su influencia, según algunos, ha opacado incluso los escándalos internos que antes dominaban los titulares.
El tema de la extorsión no es solo una metáfora. En México, el cobro de derecho de piso a comerciantes y campesinos es una realidad que golpea a diario. La inseguridad, lejos de disminuir, parece haber encontrado un terreno fértil en la falta de acción gubernamental. Las cifras son alarmantes: casi 200 mil ejecuciones y 120 mil desaparecidos en los últimos años, según reportes que el gobierno prefiere minimizar. La estrategia de “abrazos, no balazos” es señalada como una patente de corso para que los criminales operen con impunidad, mientras la ciudadanía paga el precio de esta aparente complicidad.
En el ámbito internacional, las acusaciones no son menos graves. Se señala a Trump como un maestro de la extorsión política, utilizando su influencia para presionar a gobiernos como el de México y Ucrania. En el caso ucraniano, la retirada de apoyo militar como represalia por no ceder a sus demandas comerciales es un ejemplo claro de su modus operandi. En México, las exigencias no son solo económicas, sino que tocan fibras sensibles, como la posible entrega de capos del narcotráfico, un tema que pone en una posición incómoda al gobierno de Sheinbaum.
La narrativa de la “Cuarta Transformación” se tambalea bajo el peso de estas críticas. Mientras López Obrador prometía un México libre de corrupción y violencia, los resultados parecen ser otros. La inseguridad, la inflación galopante y la falta de medicinas son solo algunas de las calamidades que enfrenta la población. La respuesta oficial, sin embargo, parece seguir atrapada en un discurso que culpa a los “neoliberales” del pasado, sin ofrecer soluciones concretas para el presente.
El panorama no es más alentador en el ámbito de la justicia. La polémica Reforma Judicial, que busca transformar el sistema de impartición de justicia, es vista por muchos como un paso hacia la consolidación del poder de Morena. Las críticas advierten que esta reforma podría facilitar un “gobierno de malandros”, donde la impunidad se convierta en la norma. Los ecos de esta preocupación resuenan en las calles, donde los ciudadanos claman por seguridad y justicia, pero reciben promesas vacías.
La ironía del “extorsionador que friega a extorsionador” no pasa desapercibida. Mientras el gobierno mexicano señala a potencias extranjeras como responsables de sus males, la ciudadanía enfrenta a los verdaderos extorsionadores: los criminales que operan sin temor a las autoridades. La complicidad, ya sea por acción u omisión, ha generado un hartazgo que se siente en cada rincón del país. La pregunta que queda en el aire es si este juego de acusaciones cruzadas traerá algún cambio real o si, como siempre, todo quedará en titulares sensacionalistas.
La historia nos recuerda que las promesas de soberanía y libertad no siempre se cumplen. Durante la expedición punitiva de 1916, cuando tropas estadounidenses ingresaron a México en busca de Pancho Villa, parte de la población mostró simpatía hacia los invasores, atraída por la promesa de estabilidad económica. Hoy, con una economía dependiente de las remesas y las importaciones de combustible, el discurso de independencia suena más hueco que nunca. La ciudadanía, atrapada entre el fuego cruzado de la política y el crimen, sigue esperando respuestas.
En este México de contrastes, donde la retórica choca con la realidad, la frase que titula esta columna resuena como una verdad incómoda. La extorsión, ya sea en las calles o en los pasillos del poder, parece ser el hilo conductor de una narrativa que no termina. Mientras tanto, los mexicanos comunes, los que no tienen voz en los grandes titulares, siguen pagando el costo de un sistema que parece diseñado para proteger a los poderosos, no a los ciudadanos.

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