El 25 de mayo de 2020, George Floyd, un hombre afroamericano de 46 años, murió a manos de un policía blanco en Minneapolis, Minnesota. Este trágico evento marcó un antes y un después en la lucha contra el racismo en Estados Unidos y el mundo. Las imágenes del policía Derek Chauvin presionando su rodilla contra el cuello de Floyd, mientras este suplicaba “No puedo respirar”, desataron una ola de indignación global.
Las protestas que siguieron al homicidio de Floyd fueron históricas. Millones de personas salieron a las calles en Estados Unidos y en más de 60 países, exigiendo el fin de la violencia policial y el racismo sistemático. El movimiento Black Lives Matter, surgido en 2013 tras la absolución de un vigilante por la muerte de Trayvon Martin, cobró un impulso sin precedentes, convirtiéndose en un símbolo de resistencia.
El caso de Floyd no fue aislado. Su muerte puso en evidencia un problema estructural: los afroamericanos enfrentan una probabilidad 2.8 veces mayor que los blancos de morir bajo custodia policial. Según datos de The New York Times, desde 2015, las muertes violentas a manos de la policía por cada 100,000 personas son de 6.7 para afroamericanos y 6.8 para nativos americanos, en contraste con 2.9 para hispanos y 2.5 para blancos.
Derek Chauvin, el policía responsable, fue condenado a 22 años de prisión por asesinato y a 21 años adicionales por violar los derechos civiles de Floyd. Los otros tres oficiales involucrados, que no intervinieron, recibieron penas menores. Aunque estas condenas fueron un paso hacia la justicia, no han logrado generar cambios profundos en el sistema policial estadounidense.
Las manifestaciones de 2020, que ocurrieron en medio de la pandemia de COVID-19, llevaron a toques de queda en varias ciudades de Estados Unidos y a la movilización de la Guardia Nacional por orden del entonces presidente Donald Trump. Sin embargo, las reformas policiales exigidas por los manifestantes no se materializaron en gran medida, y la brutalidad policial sigue siendo un problema persistente.
El movimiento Black Lives Matter, que alcanzó su punto más alto tras la muerte de Floyd, ha perdido fuerza en los últimos años. Con el inicio del segundo mandato de Donald Trump, el impulso por la igualdad racial y la justicia parece debilitarse aún más, según diversos analistas. Las políticas actuales no han abordado de manera efectiva las desigualdades estructurales.
A pesar del impacto global del caso Floyd, los avances en la lucha contra el racismo institucional han sido limitados. Las muertes bajo custodia policial continúan, y las comunidades afroamericanas siguen enfrentando una desproporción en los índices de violencia policial. Esto ha generado un sentimiento de frustración entre quienes esperaban un cambio duradero.
El grito de “No puedo respirar” se convirtió en un símbolo de resistencia, pero también en un recordatorio de los desafíos pendientes. La muerte de George Floyd abrió un diálogo nacional sobre el racismo, pero cinco años después, la lucha por la justicia racial en Estados Unidos enfrenta obstáculos que parecen frenar su progreso.

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Cinco años después de la muerte de George Floyd: la lucha contra el racismo en Estados Unidos pierde fuerza
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