México vive atrapado en una espiral de violencia que parece no tener fin, y gran parte del problema tiene un origen claro: las armas que cruzan la frontera desde Estados Unidos. Como México no cuenta con una industria armamentista propia, y la Secretaría de la Defensa Nacional tiene el monopolio legal de la venta de armas y cartuchos, los cárteles y grupos clandestinos recurren al mercado negro estadounidense para armarse hasta los dientes. Desde los tiempos de la Revolución Mexicana, la industria armamentista norteamericana ha encontrado en nuestro país un negocio redondo, surtiendo a rebeldes, cristeros, guerrillas y, ahora, a los narcos.
El contrabando de armas desde el vecino del norte no es cosa nueva. Hace un siglo, Pancho Villa fortaleció su División del Norte con armamento comprado en Estados Unidos, lo que le permitió alcanzar victorias históricas. Décadas después, los cristeros, las guerrillas de los sesenta y los narcotraficantes desde los setenta han seguido la misma ruta. Hoy, el 74% de las armas usadas por los cárteles en México provienen de Estados Unidos, según el propio Departamento de Justicia de ese país. La frase es cruda pero real: las armas las venden los gringos, las carga el diablo y las descargan los narcos.
Mientras tanto, en México, la estrategia de seguridad sigue tambaleándose. La política de “abrazos, no balazos” del gobierno de Morena ha sido incapaz de frenar la violencia. Los cárteles operan con impunidad en estados como Sinaloa, Guerrero, Chiapas y Zacatecas, donde la presencia del crimen organizado es más fuerte que nunca. La presidenta Claudia Sheinbaum insiste en que Estados Unidos debe combatir a los narcos en su propio territorio, pero sus palabras suenan huecas cuando el gobierno mexicano no logra controlar el flujo de armas ni desmantelar las redes criminales.
Donald Trump, desde el otro lado de la frontera, no se queda callado. Ha acusado al gobierno mexicano de ser cómplice del crimen organizado, señalando que los cárteles son responsables de miles de muertes en Estados Unidos por el tráfico de fentanilo. Su amenaza es clara: si México no actúa, el ejército estadounidense podría intervenir directamente contra los cárteles. La respuesta de Sheinbaum ha sido tibia, limitándose a recordar que México ya demandó a fabricantes y distribuidores de armas en Estados Unidos. Pero, ¿es suficiente un litigio internacional cuando la violencia en las calles mexicanas no cede?
La ironía es brutal. Mientras Trump promete clasificar a los cárteles como terroristas, México parece atrapado en un juego de culpas. Sor Juana Inés de la Cruz lo diría mejor: “Gringos necios que acusáis a los narcos sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”. Estados Unidos arma a los criminales que dice combatir, mientras el gobierno mexicano se pierde en discursos patrioteros sin atacar el problema de fondo. La complicidad entre ambos lados de la frontera es innegable, y los ciudadanos pagan el precio con sangre.
El impacto económico de esta crisis también es devastador. Trump ha propuesto aranceles que costarán a los consumidores estadounidenses 20 mil 400 millones de dólares, afectando productos mexicanos como automóviles, autopartes, computadoras y más. Pero no solo ellos pierden: los migrantes mexicanos, que realizan trabajos esenciales en Estados Unidos, enfrentan la amenaza de deportaciones masivas. La pobreza y la falta de oportunidades en México los empujan a cruzar la frontera, y ni las políticas de Morena ni las bravatas de Trump ofrecen soluciones reales.
La historia nos recuerda que la dependencia de México hacia Estados Unidos no es nueva. Durante la expedición punitiva de 1916, cuando tropas gringas persiguieron a Pancho Villa, muchos mexicanos en Chihuahua recibieron a los soldados estadounidenses con los brazos abiertos, no por falta de patriotismo, sino por los dólares que traían. Hoy, la situación no es tan distinta: la gente busca sobrevivir en un país donde la inseguridad y la corrupción son el pan de cada día.
El gobierno de Sheinbaum está en una encrucijada. Por un lado, enfrenta la presión de Trump y sus amenazas de intervención; por otro, la incapacidad de controlar la violencia interna. Operativos como “Enjambre” en el Estado de México, que resultó en la detención de 14 funcionarios, son un paso, pero parecen insuficientes. Mientras los cárteles siguen armados por los gringos, y el gobierno mexicano no logra romper el ciclo de corrupción y violencia, la frase sigue resonando: las armas las venden los gringos, las carga el diablo y las descargan los narcos. México merece más que promesas vacías y discursos nacionalistas.

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LAS ARMAS QUE MATAN EN MÉXICO: ¡LOS GRINGOS LAS VENDEN, LOS NARCO LOS DISPARAN!
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