En un giro que parece sacado de una novela de suspenso, la realidad mexicana nos sorprende una vez más con un caso que destapa la ironía del crimen organizado. En el centro de la polémica está Claudia Sheinbaum, cuya administración parece atrapada en un juego de espejos donde los extorsionadores se enfrentan entre sí. La frase “extorsionador que friega a extorsionador tiene cien años de perdón” cobra vida en un contexto donde la inseguridad y la impunidad reinan sin control.
La noticia, publicada en una columna de opinión, pone el reflector sobre un fenómeno que no debería sorprender, pero sí indignar. Mientras el gobierno de Morena permite que grupos criminales extorsionen a comerciantes y productores, ahora parece que hasta la propia presidenta enfrenta presiones de un extorsionador de alto calibre. No se trata de un delincuente común, sino de alguien que, desde el extranjero, exige la extradición de figuras clave del narcotráfico a cambio de no desatar represalias. La ironía es inescapable: el gobierno que no protege a sus ciudadanos ahora es víctima de sus propios demonios.
El texto señala directamente a Donald Trump como el artífice de esta maniobra. Según la columna, el exmandatario estadounidense actúa como un “extorsionador de cuello blanco”, utilizando su influencia para presionar a México con demandas que incluyen la entrega de narcotraficantes encarcelados. Este juego de poder no es nuevo, pero sí evidencia la fragilidad de un gobierno que, en lugar de combatir el crimen, parece negociar con él.
Mientras tanto, los mexicanos de a pie siguen enfrentando las consecuencias de un sistema que no los protege. Comerciantes y campesinos pagan “derecho de piso” a cárteles que operan con total impunidad. Cada día, las extorsiones, los secuestros y la violencia se normalizan en un país donde la justicia parece un lujo inalcanzable. La columna no duda en señalar que el gobierno de Sheinbaum tolera estas prácticas, dejando a la población a merced de los delincuentes.
El texto también critica la respuesta del gobierno mexicano ante las presiones externas. En lugar de enfrentar el problema de frente, se opta por discursos nacionalistas que no resuelven nada. Claudia Sheinbaum ha pedido que Estados Unidos combata primero a sus propios narcos, pero esta postura suena más a una cortina de humo que a una solución real. Los ciudadanos, atrapados entre el crimen organizado y la indiferencia oficial, no ven resultados concretos.
La columna hace un paralelismo con eventos históricos para ilustrar la falta de soberanía real. Durante la expedición punitiva de 1916, las tropas estadounidenses ingresaron a México en busca de Pancho Villa, y muchos mexicanos, lejos de resistir, mostraron simpatía por los invasores. Hoy, la historia parece repetirse: la población, agotada por la inseguridad, podría recibir con brazos abiertos cualquier intervención que prometa alivio, sin importar su origen.
El autor no se guarda nada y acusa al gobierno de Morena de tener un “espíritu mafioso”. La tolerancia hacia el crimen organizado, según la columna, no es casualidad, sino una estrategia que beneficia a ciertos sectores del poder. La Reforma Judicial, mencionada en el texto, podría ser el clavo final en el ataúd de la justicia mexicana, consolidando un sistema donde los criminales operan con carta blanca.
Este panorama desolador se agrava con la falta de acción contra problemas estructurales. La inseguridad no es solo un tema de extorsiones; es un reflejo de un país donde la corrupción permea todos los niveles. Mientras los ciudadanos enfrentan el miedo diario, el gobierno parece más preocupado por mantener su narrativa que por ofrecer soluciones reales.
La columna cierra con un comentario mordaz sobre el periodismo actual. Hace décadas, los reporteros buscaban historias impactantes para llenar las portadas; hoy, la tragedia es tan común que se diluye en el mar de noticias digitales. Sin embargo, el drama humano detrás de cada extorsión, cada secuestro, cada asesinato, sigue siendo igual de crudo y doloroso.
En este México de 2025, la frase “extorsionador que friega a extorsionador” no es solo un dicho popular, sino una radiografía de un sistema roto. La ironía no alivia el sufrimiento de las víctimas, ni la impotencia de un pueblo que clama por justicia. La pregunta sigue en el aire: ¿hasta cuándo seguirá este círculo vicioso?

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El colmo de la extorsión: cuando el criminal se convierte en víctima
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