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Familias buscan desesperadamente a sus seres queridos en el Ajusco, mientras la inseguridad en la capital sigue sin control

En el corazón del Ajusco, un lugar conocido por su belleza natural, se vive una realidad desgarradora. Familias enteras recorren los bosques con la esperanza de encontrar algún rastro de sus seres queridos desaparecidos, en una zona que se ha convertido en un foco rojo de la Ciudad de México. Entre árboles y caminos sin señal, estas personas enfrentan el dolor de la incertidumbre, mientras las autoridades parecen incapaces de dar respuestas.
Un caso que resuena es el de Pamela Gallardo, una joven de 23 años que desapareció en 2017 tras asistir a un festival en el Ajusco. Su última ubicación fue en el kilómetro 13.5 de la carretera Picacho-Ajusco. Desde entonces, su familia no ha dejado de buscarla, organizando jornadas de búsqueda que reúnen a voluntarios, policías, soldados y hasta periodistas. Sin embargo, los resultados son desalentadores: solo han encontrado restos óseos, presumiblemente de animales, y prendas que no logran identificar.
Esteban Gallardo, hermano de Pamela, es una de las voces que no se rinden. Durante una búsqueda reciente, lideró a un grupo desde el Metro Chabacano hasta el bosque del Ajusco, pasando por puntos emblemáticos como el Estadio Azteca. En el trayecto, el dolor se mezcla con la solidaridad, pero también con la frustración. Cada paso en el terreno accidentado es un recordatorio de que el tiempo sigue corriendo sin noticias de los desaparecidos.
La Ciudad de México, que muchos consideran segura frente a otros estados, no está exenta de esta crisis. Según la Comisión Nacional de Búsqueda, hasta abril de 2025, se registran 6,168 personas desaparecidas en la capital desde 1952. Aunque no es un tema que domine los titulares, el Ajusco se ha convertido en un símbolo de esta tragedia silenciosa, donde los familiares buscan sin descanso en un terreno que parece guardar demasiados secretos.
Las jornadas de búsqueda, como la realizada entre el 24 y el 28 de marzo, son un esfuerzo conjunto de familias, colectivos y autoridades. Sin embargo, la presencia de la Guardia Nacional, la Fiscalía capitalina y otras dependencias no siempre se traduce en resultados. En una de estas jornadas, se hallaron restos óseos y prendas, pero nada que diera pistas claras sobre Pamela u otros desaparecidos. La impotencia crece ante la falta de avances concretos.
El Ajusco no es el único lugar señalado. Según expertos y colectivos, otras zonas como el Cerro de la Estrella en Iztapalapa, las barrancas de Álvaro Obregón y La Marquesa en el Estado de México también son puntos donde se han encontrado fosas clandestinas o restos humanos. Estos sitios evidencian una realidad que las autoridades parecen incapaces de enfrentar con eficacia, dejando a las familias solas en su lucha.
El gobierno de la Ciudad de México ha anunciado medidas, como la Estrategia de Búsqueda y Localización de Personas 2025-2030, que incluye 20 puntos para mejorar la atención a los casos de desaparición. Entre las propuestas está duplicar el presupuesto de la Comisión de Búsqueda y crear un Centro de Resguardo Temporal para personas fallecidas no identificadas. Sin embargo, estas promesas no calman el dolor de quienes siguen sin respuestas.
Para las familias como la de Pamela, cada jornada en el Ajusco es una mezcla de esperanza y temor. Cavar en la tierra, inspeccionar cada rincón, es un acto de amor, pero también de desesperación. Las madres buscadoras, como se les conoce, han demostrado ser quienes encuentran fosas y restos cuando las autoridades fallan. Su valentía contrasta con un sistema que parece desbordado por la magnitud del problema.
La crisis de desapariciones en la capital no es solo un número. Son historias como la de Pamela, cuyo sueño de abrir una zapatería y estudiar medicina forense quedó truncado. Son hermanos como Esteban, que no descansan en su búsqueda. Y son miles de familias que, ante la inacción oficial, toman palas y recorren el Ajusco, esperando encontrar algo que les devuelva a sus seres queridos, o al menos, un poco de paz.

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