En el corazón de los Andes, La Paz, Bolivia, se alza como una metrópoli única, marcada por un paisaje urbano que parece estar en eterna construcción. Desde el avión, al descender hacia el aeropuerto de El Alto, los visitantes se encuentran con un panorama de miles de casas de ladrillo rojo, muchas de ellas sin terminar, con varillas de acero sobresaliendo como si el tiempo se hubiera detenido. Este fenómeno, que ha dado a La Paz el apodo de “la ciudad de las casas inconclusas”, no es solo una curiosidad estética, sino una compleja mezcla de factores culturales, económicos y legales.
La primera impresión de La Paz puede ser caótica. Construida en una cuenca montañosa a más de 3,600 metros de altitud, sus calles empinadas y su tráfico desordenado contrastan con la majestuosidad de los picos nevados del Illimani. Las viviendas, muchas sin revocar ni pintar, dominan el paisaje, especialmente en las laderas y en la vecina ciudad de El Alto. Este aspecto inacabado no pasa desapercibido para los turistas, quienes a menudo se preguntan por qué tantas construcciones parecen abandonadas en el tiempo.
Una de las principales razones detrás de este fenómeno es económica. En Bolivia, completar una vivienda con acabados exteriores, como pintura o revoque, implica mayores costos, no solo por los materiales, sino también por el transporte en las empinadas laderas de la ciudad. Muchos propietarios priorizan el interior de sus hogares, dejando el exterior en ladrillo para ahorrar recursos. Además, el costo de materiales como el cemento o la pintura ha aumentado, y el traslado de estos a zonas altas puede ser tan caro como la propia construcción.
Otro factor clave es la regulación fiscal. En La Paz, las viviendas terminadas enfrentan impuestos más altos, lo que lleva a muchos a mantener sus casas en un estado de “obra bruta” para reducir la carga impositiva. Esta práctica, aunque controvertida, es común en las zonas periféricas, donde hasta el 80% de las construcciones en las laderas permanecen sin acabados. Las autoridades locales han intentado contrarrestar esta tendencia con incentivos, como programas para embellecer barrios, pero los resultados aún son limitados.
La cultura también juega un papel importante. En comunidades aymaras y quechuas, la construcción de una casa es un proceso gradual, ligado a la economía familiar. Las familias construyen conforme sus ingresos lo permiten, a veces durante décadas, lo que explica las varillas expuestas, listas para añadir un nuevo piso cuando sea posible. Este enfoque contrasta con la idea occidental de una casa terminada, pero refleja una realidad práctica para muchos bolivianos.
A pesar de su apariencia inacabada, La Paz no carece de vida ni de atractivos. La ciudad es un crisol de tradiciones, con mercados vibrantes como el de las Brujas, donde se venden amuletos y ofrendas para la Pachamama, y la Plaza San Francisco, un punto de encuentro para locales y visitantes. El teleférico, uno de los sistemas de transporte público más modernos de América Latina, ofrece vistas panorámicas de la ciudad y conecta La Paz con El Alto, mostrando su diversidad desde las alturas.
El contraste entre lo moderno y lo tradicional es parte del encanto de La Paz. Mientras los edificios de Freddy Mamani, con su estilo “neoandino” de colores vivos, comienzan a transformar el paisaje de El Alto, las casas de ladrillo siguen siendo un recordatorio de la historia y las limitaciones de la ciudad. Estas construcciones, lejos de ser un símbolo de abandono, reflejan la resiliencia de sus habitantes, que adaptan sus hogares a las circunstancias.
La Paz no es solo una ciudad de casas inconclusas; es un lugar donde el pasado y el presente coexisten. Desde la colonial calle Jaén, con sus museos y leyendas, hasta los miradores como Killi Killi, que ofrecen vistas impresionantes, la ciudad invita a descubrir su complejidad. Sus habitantes, acostumbrados al ritmo frenético y al clima cambiante, ven en las casas de ladrillo un reflejo de su propia perseverancia.
Este fenómeno urbano, aunque criticado por algunos urbanistas, es también una marca de identidad. La Paz no busca imitar a otras capitales; su autenticidad radica en su imperfección. Las casas inconclusas cuentan historias de esfuerzo, sacrificio y sueños que se construyen poco a poco, al ritmo de una ciudad que nunca deja de sorprender.
Para quienes visitan La Paz, el consejo es claro: no se dejen engañar por las apariencias. Detrás de los ladrillos sin terminar hay una ciudad vibrante, llena de cultura, historia y paisajes que quitan el aliento. La Paz no está inconclusa; simplemente, está en constante evolución.

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La Paz, Bolivia: La ciudad que nunca termina de construirse
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