La crisis de violencia en México tiene un origen que no podemos ignorar: el 74% de las armas usadas por los cárteles provienen de Estados Unidos, según el propio Departamento de Justicia de ese país. Desde la Revolución Mexicana hasta hoy, las armerías estadounidenses han sido el principal proveedor de grupos armados, incluidos los narcos que aterrorizan al país. México, sin una industria armamentista propia, queda a merced de este flujo ilegal que cruza la frontera.
El gobierno de Claudia Sheinbaum ha intentado señalar esta hipocresía. En una de sus conferencias matutinas, la presidenta afirmó que México mantiene una demanda contra fabricantes y distribuidores de armas en Estados Unidos. Si los cárteles son declarados terroristas, dijo, esta demanda podría ampliarse. Pero mientras las palabras vuelan, las balas siguen llegando y los muertos se acumulan en las calles mexicanas.
El problema no es nuevo. Durante la Revolución, Pancho Villa y otros líderes armaron sus ejércitos con contrabando de armas estadounidenses. Más tarde, los cristeros y las guerrillas de los sesenta también se beneficiaron de este comercio. Hoy, los narcos continúan la tradición, armados hasta los dientes con rifles y pistolas compradas al otro lado del Río Bravo. La frase lo resume todo: “Las armas las venden los gringos, las carga el diablo y las descargan los narcos”.
Mientras tanto, Donald Trump agita el avispero desde Estados Unidos. Promete combatir a los cárteles mexicanos, a los que acusa de envenenar a su país con fentanilo. Pero su discurso es puro show: critica a México por no controlar a los narcos, pero ignora que las armas que los empoderan salen de su propio patio trasero. Es como culpar al vecino por el incendio mientras le vendes la gasolina.
En México, la respuesta del gobierno no convence. Sheinbaum insiste en que Estados Unidos debe limpiar su propia casa primero, arrestando a los narcos que venden fentanilo en sus calles. Pero esta retórica no detiene la violencia. Operativos como “Enjambre” en el Estado de México, donde se arrestó a funcionarios corruptos, son un paso, pero no tocan a los grandes capos. La narcopolítica sigue intacta, y la gente lo sabe.
La ironía es brutal. México demanda a las armerías estadounidenses, pero el comercio de armas no se detiene. Trump amenaza con intervenir, pero su país es el principal proveedor del arsenal narco. Y mientras los gobiernos se echan culpas, los cárteles se fortalecen. Estados como Sinaloa, Guerrero y Zacatecas viven bajo su yugo, y la población paga el precio con sangre.
El panorama es desolador. La falta de una industria armamentista en México obliga a depender de la Secretaría de la Defensa para las armas legales, pero los delincuentes no tienen ese problema. Cruzan la frontera, compran lo que quieren y regresan a sembrar el terror. La complicidad implícita de Estados Unidos en este ciclo es innegable, pero México no logra romper la cadena.
La pregunta sigue en el aire: ¿hasta cuándo seguirá este juego mortal? Los mexicanos exigen respuestas, no discursos. Mientras las armas sigan fluyendo desde el norte, la paz será solo un sueño. Y los responsables, de ambos lados de la frontera, seguirán señalándose unos a otros sin resolver nada.

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¡Las armas del narco vienen de los gringos y México paga las consecuencias!
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