Un atentado terrorista en Cachemira, con 26 vidas perdidas, ha encendido las alarmas en el sur de Asia. India y Pakistán, dos potencias nucleares, están nuevamente al borde de un conflicto que podría escalar a niveles catastróficos. La tensión entre ambos países no es nueva, pero este incidente ha disparado las posturas militares y las amenazas cruzadas.
India, con un arsenal militar superior, cuenta con más de 4,200 tanques y 2,229 aeronaves, incluyendo 513 aviones de combate. Pakistán, aunque en desventaja, no se queda atrás con 2,627 tanques y 1,399 aeronaves. En el ámbito nuclear, los números son casi parejos: India posee unas 180 ojivas nucleares, mientras que Pakistán tiene alrededor de 170.
El exdirector de inteligencia india, Amarjit Singh Dulat, ha advertido sobre las consecuencias devastadoras de un conflicto. Según él, la guerra no beneficia a nadie, especialmente a los generales que saben que solo traería destrucción. A pesar de esto, ambas naciones han intensificado sus maniobras militares tras el atentado.
Pakistán ha optado por una estrategia diplomática, buscando apoyo internacional para reducir las tensiones. Sin embargo, en India, la presión interna para responder con fuerza al ataque es enorme. El gobierno indio enfrenta críticas domésticas que exigen una acción contundente, mientras aliados como Estados Unidos piden moderación para evitar un conflicto regional.
La historia entre ambos países está marcada por enfrentamientos similares. En 2019, India lanzó ataques aéreos tras un atentado en Pulwama que mató a 40 soldados. En 2016, llevó a cabo ataques quirúrgicos después de un incidente en Uri. Estos episodios muestran un patrón de represalias que podría repetirse.
La doctrina nuclear de Pakistán es particularmente preocupante. Desde sus pruebas nucleares en 1998, el país ha adoptado una política de disuasión que incluye el posible uso temprano de armas nucleares si su territorio o soberanía están en peligro. Esto eleva el riesgo de una escalada rápida en cualquier enfrentamiento.
El portavoz militar paquistaní, Ahmed Sharif, ha sido claro: cualquier acción india tendrá una respuesta contundente. Sus palabras reflejan la postura de un país dispuesto a defenderse a toda costa, incluso si eso implica recurrir a su arsenal nuclear. La retórica belicista de ambos lados no hace más que aumentar la incertidumbre.
Dulat, con su experiencia en conflictos pasados, recuerda la brutalidad de la guerra indo-paquistaní de 1965, donde el combate cuerpo a cuerpo dejó cicatrices imborrables. Incluso una guerra convencional, sin armas nucleares, sería devastadora para la región.
El mundo observa con preocupación. Aunque una guerra nuclear total parece improbable, el riesgo de un error de cálculo sigue presente. Un enfrentamiento convencional podría desencadenar una escalada que nadie podría controlar, poniendo en peligro no solo a India y Pakistán, sino a toda la región.
La situación en Cachemira sigue siendo un polvorín. Cada movimiento en este ajedrez nuclear es crucial, y el menor paso en falso podría tener consecuencias globales. La comunidad internacional, mientras tanto, busca mediar para evitar que este conflicto se salga de control.

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El ajedrez nuclear que pone al mundo en jaque: India y Pakistán al borde del abismo
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