La muerte del papa Francisco el pasado 21 de abril marcó el inicio de un proceso solemne y milenario en la Iglesia Católica: el cónclave para elegir a su sucesor. Este rito, cargado de simbolismo y tradición, reúne a cardenales de todo el mundo en la Capilla Sixtina, donde cada detalle está cuidadosamente regulado. Desde la verificación del fallecimiento hasta el anuncio del nuevo pontífice, figuras específicas desempeñan roles cruciales que garantizan la continuidad del liderazgo espiritual de 1,400 millones de católicos.
El cardenal camarlengo es la pieza central durante la “sede vacante”, el periodo sin papa. Kevin Joseph Farrell, un estadounidense de origen irlandés designado por Francisco en 2019, asumió esta responsabilidad. Su tarea comenzó certificando la muerte del pontífice argentino, sellando sus aposentos y organizando el funeral. Farrell, de 77 años, también administra los bienes temporales de la Santa Sede y supervisa que el cónclave se realice bajo estrictas normas de secreto.
El cónclave, cuyo nombre proviene del latín “cum clavis” (bajo llave), se llevará a cabo a partir del 7 de mayo. En él participarán 135 cardenales electores menores de 80 años, provenientes de 71 países, lo que lo convierte en uno de los más diversos de la historia. Estos cardenales se reunirán en la Capilla Sixtina, donde votarán hasta que un candidato obtenga dos tercios de los votos, señalando la elección con el famoso humo blanco.
El proceso está lleno de rituales. Los cardenales juran secreto absoluto antes de iniciar las votaciones, y cualquier filtración puede resultar en graves consecuencias. Durante el cónclave, se queman las papeletas tras cada ronda: si el humo es negro, no hay acuerdo; si es blanco, el mundo sabrá que hay un nuevo papa. Este sistema, aunque antiguo, sigue siendo efectivo para comunicar el resultado al exterior.
Una vez elegido, el nuevo papa es cuestionado por el decano del Colegio Cardenalicio, Giovanni Battista Re, quien le pregunta si acepta el cargo y qué nombre desea adoptar. Tras esto, el elegido se retira a la “Sala de las Lágrimas”, un espacio íntimo donde reflexiona sobre la enorme responsabilidad que asume. Este momento privado contrasta con la expectación global que espera su presentación.
El anuncio del nuevo pontífice es uno de los instantes más esperados. El cardenal protodiácono, en este caso el francés Dominique Mamberti, proclamará desde el balcón de la Basílica de San Pedro la frase “Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus papam”. A continuación, revelará el nombre del elegido y el nombre papal que ha escogido, un mensaje que resonará en todo el mundo.
Otros roles también son esenciales. Los escrutadores cuentan los votos, los revisores verifican su validez, y los infirmarii recogen los votos de cardenales enfermos. El maestro de ceremonias litúrgicas pontificias, por su parte, asegura que el protocolo se siga al pie de la letra, incluyendo el célebre “Extra omnes”, que ordena a todos los no participantes abandonar la Capilla Sixtina antes de las votaciones.
El cónclave no solo es un evento religioso, sino un símbolo de unidad para los católicos. La elección del próximo papa, el 267º sucesor de San Pedro, definirá el rumbo de la Iglesia en un mundo lleno de desafíos. Mientras los fieles aguardan, la atención está puesta en el Vaticano, donde la historia y la fe se entrelazan en cada paso de este proceso único.

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Figuras clave en el cónclave: del camarlengo al anuncio del nuevo papa
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