En la madrugada del lunes 21 de abril, el mundo perdió al Papa Francisco, una figura que marcó la historia de la Iglesia Católica con su humildad y compromiso. Su médico personal, Sergio Alfieri, reveló los detalles de sus últimos momentos, vividos en la residencia de Santa Marta, en el Vaticano. El relato, cargado de emotividad, pinta una escena de serenidad y resignación ante lo inevitable.
Alfieri, quien acompañó al pontífice durante años, recibió una llamada urgente a las 5:30 de la mañana. Massimiliano Strappetti, el enfermero personal del Papa, le advirtió que el estado de Francisco era crítico. Aunque se consideró trasladarlo al hospital Gemelli, donde había sido tratado previamente, la decisión fue otra. El Papa había expresado claramente su deseo de permanecer en casa.
Al llegar a la habitación, Alfieri encontró al Papa con los ojos abiertos, pero sin respuesta. Comprobó que no había problemas respiratorios, pero Francisco no reaccionaba ni siquiera a estímulos dolorosos. “Estaba en coma”, relató el médico, consciente de que no había nada más que hacer. El traslado al hospital se descartó, pues el riesgo de que muriera en el camino era alto.
El Papa, según Alfieri, parecía saber que su fin estaba cerca. En los días previos, mostró una urgencia por cerrar ciclos. Diez días antes, insistió en reunirse con las más de 70 personas que lo cuidaron durante su última hospitalización. A pesar de las recomendaciones de posponer el encuentro, Francisco fue firme: “Los recibo el miércoles”. Era como si quisiera dejar todo en orden.
La causa de la muerte, según el parte oficial, fue un ictus que derivó en un coma y, finalmente, en una parada cardiorrespiratoria. Alfieri explicó que pudo tratarse de un émbolo que ocluyó un vaso sanguíneo cerebral o una hemorragia. A sus 88 años, y tras meses de lucha contra una neumonía bilateral, el cuerpo del pontífice no resistió más.
Durante su última hospitalización, Francisco había sido claro: no quería ser intubado. Sabía que, con sus pulmones debilitados, sería casi imposible revertir el procedimiento. Esta decisión reflejaba su aceptación de la muerte, siempre guiada por su fe y su deseo de no prolongar el sufrimiento innecesariamente.
En sus últimos momentos, el Papa estuvo rodeado de su círculo más cercano. Junto a Alfieri y Strappetti, llegaron enfermeras, secretarias y el cardenal Pietro Parolin, quien pidió rezar un rosario. “Le di una caricia como último saludo”, confesó Alfieri, visiblemente conmovido. La escena, íntima y solemne, marcó el fin de un pontificado inolvidable.
El legado de Francisco, el primer Papa latinoamericano, queda grabado en sus gestos de humildad y su lucha por una Iglesia más cercana a los necesitados. Su muerte, en la simplicidad de Santa Marta, fue un reflejo de su vida: sin ostentaciones, pero con una profunda humanidad.

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El Papa Francisco y su último adiós: Los dramáticos momentos finales narrados por su médico
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