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Conflicto y crisis

La vida está llena de conflictos que nos desafían a diario, desde los más pequeños hasta los que sacuden nuestras bases. En su columna, Porfirio Hernández reflexiona sobre cómo estas tensiones, lejos de ser solo obstáculos, son oportunidades para crecer y entender nuestra propia fortaleza.
Pensemos en esas disputas que surgen en casa o en el trabajo: un desacuerdo que escala, una palabra mal dicha que enciende todo. Hernández sugiere que detrás de cada roce hay un espejo que nos muestra quiénes somos realmente, si sabemos mirarlo con calma.
Pero no todo se queda en lo personal. Las crisis colectivas, como las que enfrentamos en el país, también nos ponen a prueba. La violencia que no cesa y la inseguridad que se siente en cada esquina son reflejos de un sistema que no responde, de promesas que se diluyen mientras la gente sigue esperando soluciones.
El autor no se anda con rodeos: la pasividad agrava el problema. Ignorar el conflicto es como dejar que una herida se infecte. La clave, dice, está en encararlo, en no dejar que el miedo o la indiferencia ganen terreno.
Y ahí está el punto: el conflicto no es el fin, sino el inicio de algo. Depende de nosotros si lo convertimos en caos o en un cambio que valga la pena. Hernández nos deja pensando en cómo actuamos cuando las cosas se complican, tanto en lo pequeño como en lo grande.

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